Pocas veces una obra logra conmover, hacer reír e interpelar al espectador con tanto equilibrio. Esta lo consigue. La historia transita con naturalidad un verdadero parkour emocional: del llanto a la carcajada en cuestión de segundos. Dura casi dos horas, pero el tiempo se vuelve imperceptible. La puesta es ágil, emotiva y profundamente humana.
Los personajes parecen salidos de cualquier vereda. Ella: joven, soltera, separada de una pareja con la que imaginó una vida. Fan de la vida sana, optimista, aún golpeada por un divorcio reciente. Él: viudo, jubilado, médico de profesión. Un hombre marcado por el paso del tiempo, la soledad y las renuncias que impone la vocación. Ambos se encuentran por azar en la sala de espera de un consultorio odontológico. Y desde ahí, todo cambia.
Ella se llama Miranda Delgado, es profesora de yoga. Él, Luis Cavalli, es un cardiocirujano retirado que sigue llevando su oficio como una identidad grabada a fuego. La obra narra el nacimiento de una relación entre dos personas heridas, pero aún con ganas de vivir.
La química sobre las tablas es innegable. Eduardo Blanco —actor fetiche de Campanella— brilla como Cavalli, en un papel cargado de ternura, ironía y sensibilidad. Fernanda Metilli, en tanto, es una revelación. Su Miranda es fresca, intensa, divertida. Una actuación que sorprende por su precisión emocional, su timing cómico y su naturalidad.
Gastón Cocchiarale, por su parte, se enfrenta al desafío de interpretar dos personajes: el hijo de Luis y el exmarido de Miranda. La propuesta —arriesgada— funciona gracias a su versatilidad y energía en escena. Un recurso que potencia el contraste generacional entre los protagonistas.
El guion, escrito por Campanella y Cecilia Monti —quien también ideó la historia original— no esquiva nada: habla del amor, el duelo, el deseo, el paso del tiempo, la diferencia de edad, la soledad y el reencuentro con uno mismo. A veces duele, a veces incomoda, pero siempre dice la verdad.
Campanella no abandona su mirada cinematográfica. Aplica recursos visuales —como proyecciones, juegos de fotos y secuencias musicales— que enriquecen la puesta sin distraer. Detalles que suman y le dan a la obra un aire de película viviente.
Empieza con D es una comedia romántica, sí, pero también una reflexión sobre las segundas oportunidades. Sobre el tiempo que queda y cómo elegir vivirlo.
Las funciones son de miércoles a domingo (sábados con doble función), en el Teatro Politeama (Paraná 353, CABA). Las entradas pueden adquirirse en boletería o a través de Plateanet.
Una obra que emociona, divierte y deja huella. Cinco estrellas. No se la pierdan.